José A. Zamora

Recensión de: Manuel Castells, La era de la Información: Economía, sociedad y cultura. Vol. 1. La sociedad red. Madrid, Alianza, 1997. 592 pp.,Vol. 2. El poder de la identidad, Madrid, Alianza, 1998. 496 pp.,Vol. 3. Fin de milenio, Madrid, Alianza, 1998. 448 pp.

en: Iglesia Viva, (2000) nº 201, pp. 135-139.


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Recogiendo opiniones de reconocidas autoridades en la materia, la editorial que publica en España esta voluminosa trilogía la presenta como un futuro "clásico", como una obra que se ha de convertir en referente obligado de las ciencias sociales del siglo XXI.

Más allá del carácter publicitario del uso de estas afirmaciones, no cabe duda que tanto por el número de fenómenos económicos, sociales y culturales analizados, abarcando un conjunto de sociedades verdaderamente mundial, como por la pretensión de integrarlos en una concepción sistemática de lo que el autor considera una nueva era, la "era de la información", la obra destaca del resto de publicaciones de las ciencias sociales, que o bien adolecen de una excesiva parcialización del objeto de estudio o bien adquieren un estilo excesivamente ensayístico cuando arriesgan análisis de carácter global.

Sin embargo, la tesis que sostiene todo el trabajo verdaderamente ingente realizado por el autor no es en absoluto novedosa: asistimos según Castells a una polarización entre la economía globalizada y las culturas fragmentadas, a una bipolarización entre la red y el yo. Dicha polarización resulta de una reestructuración del modo capitalista de producción posibilitada por el nuevo paradigma tecnológico de la información, que ha generado una también nueva sociedad informacional en la que se crean estructuras reticulares de distribución asimétrica de los recursos económicos, el poder, la información, etc., dentro de la que se abren inmensos agujeros negros de miseria humana y en la que aparecen movimientos de búsqueda y afirmación de la identidad enfrentados en su mayoría a los procesos globalizadores.

El primer volumen está dedicado al análisis de la sociedad red, uno de los polos de esta sociedad tensionada y fragmentada. El proceso de globalización de la economía de las últimas décadas presenta una novedad fundamental debida al papel que la tecnología de la información juega en ella. No es que la tecnología determine la evolución histórica y el cambio social, puesto que el Estado y las tradiciones culturales han jugado y juegan un papel muy importante, pero sí que determina la capacidad de transformación de las sociedades.

La tecnología de la generación de conocimiento, el procesamiento de la información y la comunicación de símbolos se ha convertido en la principal fuente de productividad en el nuevo modo de desarrollo que Castells llama "informacional", aunque dicho modo de desarrollo tiene lugar dentro de un modo de producción que sigue siendo "capitalista". De ahí que el nuevo sistema tecnoeconómico deba caracterizarse como capitalismo informacional: el paradigma tecnológico de la información desempeña un papel decisivo tanto en el aumento de productividad como en la creciente globalización de la producción, la circulación y los mercados, aunque todo ello esté al servicio de la profundización de la lógica capitalista de acumulación del capital.

Castells analiza detalladamente y huyendo de esquemas excesivamente líneales y simplistas los cambios tecnológicos que han conducido al nuevo paradigma, su relación con el proceso de globalización creciente a partir de los años 80, con el nuevo tipo de empresa red, con la transformación del trabajo y el empleo y con los cambios en la estructuración del espacio (de los flujos) y el tiempo (atemporal). Quizás la expresión más clara del capitalismo informacional y de la nueva reestructuración del espacio y el tiempo que éste conlleva esté representada por los mercados financieros que dominan en gran medida el rubo que va adoptando la economía mundial.

El segundo volumen está dedicado al otro polo de la relación tensionada: el renacer de las identidades. La sociedad red ha producido una desestructuración de las organizaciones, una deslegitimación de las instituciones y un debilitamiento de los movimientos sociales tradicionales. Ante esta situación se produce un reagrupamiento de la gente en torno a identidades primarias territoriales, nacionales, étnicas o religiosas, que se convierten en la fuente del significado y el sentido que no pueden ofrecer las redes globales cada vez más abstractas y anónimas. Los fundamentalismos étnicos, religiosos, nacionalistas, etc., los movimientos sociales que se revelan contra el nuevo orden global, desde los zapatistas en México al Aum Shinrikyo en Japón, el movimiento ecologista, etc. constituyen este panorama de expresiones sociales de afirmación de la identidad contra el poder del capitalismo global. Como horizonte en que se inscribe todo esto Castells nos presenta la crisis de la familia patriarcal y del Estado-nación, pilares básicos de las sociedades industriales.

Las relaciones de género y las relaciones entre las generaciones están adoptando formas nuevas que se distancian del modelo patriarcal dominante hasta ahora. Dicho modelo no ha sido capaz de resistir a la revolución sexual, la incorporación de la mujer al trabajo asalariado o los diferentes movimientos emancipadores de la mujer o de la liberación sexual.

Por otro lado, los actores que han dominado la escena política en esas sociedades, partidos y movimiento obrero, se encuentran en crisis. Pero dicha crisis va más allá de sus actores principales, afecta también a la democracia liberal y su institucionalización más significativa el Estado-nación. Si la primera sufre una progresiva mediatización y sometimiento a la reglas de la política informacional, el segundo queda desgarrado por su incapacidad para actuar con suficiente efectividad en los procesos de la economía globalizada y por su tamaño excesivamente grande para administrar lo local. La formación de unidades políticas más grandes y la reivindicación de parcelas de poder por las entidades regionales o las nacionalidades sin estado son síntomas de este proceso de socavamiento del papel político de los Estados-nación.

Ante este panorama, Castells analiza los nuevos movimientos sociales bajo el prisma de la resistencia al capitalismo informacional y sus redes excluyentes. Dichos movimientos responden en gran medida a una lógica de exclusión de los exclusores, por ello oponen a la fuerza de los códigos abstractos que rigen los intercambios de la red, los códigos de las tradiciones y la experiencia local, del cuerpo y la naturaleza.

Pero, de momento, estos movimientos no pueden contrarrestar el poder los flujos reticulares de información y poder, de modo que o adoptan un papel compensador o se mantienen en una resistencia cuasi numantina frente a ellos. Hoy resulta difícil predecir si las identidades de resistencia serán capaces de transformarse en identidades de proyecto con capacidad de alumbras cambios sociales profundos, De momento, ni la sociedad red puede proporcionar sentido e identidad, ni los movimientos identitarios pueden controlar y someter a los procesos hipercomplejos del informacionalismo global.

El tercer volumen está dedicado al estudio de una serie de procesos sociales y políticos diversos, en los que no es fácil reconocer la unidad temática que distingue los dos volúmenes anteriores. Del colapso de la Unión Soviética a la unificación europea, pasando por los agujeros negros de pobreza y exclusión en el Norte y en el Sur y su conexión con la dinámica del capitalismo global, el auge de la economía criminal global o la irrupción del Pacífico asiático como región decisiva de crecimiento y crisis en la economía mundial, Castells hace un recorrido por una serie de escenarios desiguales del capitalismo informacional.

Pero quizás el capítulo en el que el autor adopta una actitud más comprometida con intereses de justicia orientadores del análisis se encuentre en este tercer volumen. Aquí nos dice que la dinámica del sistema mundial se manifiesta en los procesos de diferenciación social: «por una parte, desigualdad, polarización, pobreza y miseria pertenecen al ámbito de las relaciones de distribución/consumo o de la apropiación diferencial de la riqueza generada por el esfuerzo colectivo. Por otra parte, individualización del trabajo, sobreexplotación de los trabajadores, exclusión social e integración perversa son características de cuatro procesos específicos respecto a las relaciones de producción» (vol. 3, p. 96).

Una evaluación pormenorizada de los numerosos análisis que componen esta trilogía, de las interpretaciones que el autor ofrece de los diversos fenómenos económicos, sociales y políticos, de la conexión que se establece entre ellos, etc. desborda los límites de esta recensión. Por esa razón me limitaré a apuntar algunas líneas que debería seguir una crítica a fondo de esta obra.

La pretensión de mostrar que nos encontramos en una nueva era lleva al autor a resaltar lo que hay de nuevo en los procesos analizados en detrimento de las continuidades, en muchas ocasiones tan relevantes para entender dichos procesos como lo nuevo. Lo que interesa al autor del capitalismo informacional no es tanto que sea capitalismo como que sea informacional, es decir, lo que hay en él de nuevo modo de desarrollo y no tanto lo que hay de persistente modo de producción. Por eso recibe tan escasa atención la lógica de acumulación de dicho modo de producción y la manera como dicha lógica conforma los nuevos desarrollos posibilitados por el paradigma tecnológico informacional. Tener en cuenta esto no le habría conducido necesariamente a postular una especie de determinismo económico que nunca hace justicia a la complejidad de los procesos en sus múltiples dimensiones y en su contingencia histórica, pero sí le habría ayudado a poder dar razón de la congruencia entre la forma concreta de realizarse el nuevo modo de desarrollo y la lógica de fondo que impera en el sistema.

Por ejemplo, subrayar el carácter reticular de las estructuras económicas y sociales como resultado de la convergencia entre el nuevo paradigma tecnológico y la nueva lógica organizativa produce la impresión en largos tramos de la exposición de que estamos ante estructuras más horizontales y participativas. No falta aquí el inevitable recurso a las virtualidades de internet. Pero el autor mismo nos advierte en ocasiones aisladas que los procesos de descentramiento, diversificación, flexibilización de las alianzas empresariales, etc. no han afectado a la asimétrica distribución del poder y su concentración en los mismos núcleos transnacionales que dirigían los rumbos de la economía capitalista en la era fordista.

Quizás hubiera sido necesario sacrificar la prolijidad de ciertos análisis de fenómenos concretos, que desde luego no resisten la comparación con estudios especializados sobre los mismos ya existentes, aunque se reconozca el mérito de su presentación conjuntada por un sólo autor, y no sacrificar la reflexión teórica justificandolo con la intención de no abrumar al lector con discusiones sobre teorías que supuestamente desviarían la atención de la exposición de los hechos. Éstos se vuelven significativos, sin embargo, dentro de un marco teórico, que no queda delineado con suficiente claridad.

Las reflexiones sobre la relación entre tecnología, economía, sociedad y cultura que jalonan sus exposiciones dejan demasiados flecos dignos de ser abordados con más profundidad. Éste sería el caso del papel de la crisis económica mundial de los años setenta como desencadenante del cambio de estrategia globalizadora en la acumulación introducida por el giro neoliberal de los centros de poder político y económico. La radical liberalización de la circulación de mercancías, servicios y capital debía crear las condiciones para la nueva racionalización sistemática y global de los procesos de producción y trabajo capitalistas. Dentro de esta estrategia, las nuevas tecnologías no pueden ser vistas como la causa, sino más bien como el objetivo de la globalización. El desmonte o el progresivo debilitamiento del Estado social y del compromiso entre las clases que lo sustenta también se corresponde con el nuevo imperativo de desplazamiento estructural del reparto social de los ingresos a favor del capital. La liberalización de los mercados financieros internacionales y la construcción de redes empresariales a escala mundial completan el abanico de medidas de la mencionada estrategia que responde a la lógica del capital. Con esto no se está diciendo que se trate de una lógica inalterable. Más bien cabría hablar de una estrategia política global, de un proyecto de la lucha de clases capitalista, que haría más comprensible por qué el capitalismo informacional sigue siendo capitalismo y por qué se mantienen en él las antiguas contradicciones en la explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza y en el uso de la tecnología en favor de una minoría privilegiada.

Estamos ante una importante obra, que merece ser leída detenida y atentamente. Muchas aportaciones y conocimientos se ganarán con su lectura. Pero los calificativos que adornan su contraportada resultan al final excesivamente generosos.