Un verdadero clásico no es el mero exponente puntual de una época. Tampoco un bien cultural usualmente administrado, con intenciones más o menos museísticas, por los correspondientes especialistas.

Es un contemporáneo vivo que oficia de tal gracias a la persistencia de su capacidad de interpelación y problematización de lo humano-esencial más allá de los límites de unas determinadas coordenadas históricas, que no dejan de modular alguno de sus rasgos. Es evidente que Adorno, la gran figura, junto a Horkheimer, de la Escuela de Frankfurt, es uno de los clásicos más representativos, en este sentido, del siglo XX. Y no sólo en el ámbito del pensamiento filosófico convencional.

Acierta Zamora al convertir este dato en uno de los ejes vertebradores de la excelente reconstrucción que, lejos de toda intención arqueológica o erudita, nos ofrece hoy del máximo exponente de la Teoría Crítica contemporánea. Ninguno de los grandes temas adornianos está ausente, aunque el nuevo imperativo categórico propuesto por Adorno no deje de condicionar quizá en demasía el guión de la monografía, que gracias a ello se constituye, ganando en poso y en peso, en un análisis sumamente rico de un tiempo que aún es el nuestro, en una pieza incisiva de esa “ontología del presente” en que vendría a convertirse el legado multifacial de Adorno.

Pensar y actuar para que Auschwitz no se repita. Por tanto, analizando y elevando con el mayor rigor a consciencia teórica “la complicidad existente entre la cultura occidental y la barbarie que hizo posible la catástrofe”. Y hacerlo sin olvidar en ningún momento la necesidad de movilizar a la vez “la memoria de las esperanzas incumplidas y de las injusticias pendientes de resarcimiento”. Ese es el programa que Zamora reconstruye sin concesiones a los prejuicios académicos ni “normalizaciones” espurias de su autor. Convendría subrayar que la razonable idea de que “Auschwitz obliga a enfrentarse con la dialéctica de la Ilustración, con la imbricación de progreso y reflexión, con la complicidad de la razón moderna con el principio de dominación” bordea el abismo. ¿Cómo ajustar cuentas hasta el final y sin restricciones con cuanto implica? Porque lo que tan terrible aserto entraña va más allá de los crueles avatares del siglo XX, por mucho que en primera línea remita a la contradictoria factura, emancipatoria y represiva a un tiempo, del proyecto moderno. Tal vez por ello los autores de la Dialéctica de la Ilustración situaron el comienzo del drama mucho antes, conscientes de la llamativa y profunda interconexión “a lo largo de toda la historia” de dominio sobre los hombres y dominio sobre la naturaleza.

¿Hasta dónde llegar en el análisis? No se trata sólo de habérselas con lo que, más allá de las leyes de su movimiento histórico, podría “trascender”la sociedad dominante, sino de sus sombras constitutivas. Una vez más el “misterio del mal”. Frente a él nos pone, fiel a Adorno, este libro preciso, claro y honrado.

Jacobo MUÑOZ